Del Libro “Casialgo” de Marce López Sirer



 

 El otro día fui al cementerio. Era un día soleado y limpio: Los pájaros cantaban en su mundo, ignorantes de los calendarios y conmemoraciones de los hombres, porque ellos estaban en el mundo de los pájaros. Mentalizado por el significado de la fecha y el concepto de visitar a los muertos, me sentí incó­modo en este ambiente de normalidad, de claridad, de vitalismo atmosférico... Me pareció sacrílego.

El cementerio, cercado por altos muros de fortaleza pacífica, está al alcance de mi mano... Lo miro, lo pienso, lo deduzco, lo imagino y lo siento.

Los cementerios se hacen para los muertos; como una ciudad apartada pero, realmente, se conci­ben para los vivos; para mostrarles a los vivos, como estarán cuando estén muertos...: Las casitas diminu­tas con sus tejadillos, sus paredes blanqueadas, con sus portales y verjas de juguete. Con jardines de árboles y flores. Con calles, paseos y farolas... Todo muy parecido a una ciudad normal para hombres vivos: aquellos mismos ahora inertes y en silencio...

Se trata de esperanzar a los vivos, de proyec­tarles el pensamiento a una suerte de vida luego de muertos. De hacerles sentir un ambiente similar a la vida para cuando no la tengan: un consuelo pretendi­do.

Una restricción de diferencias...

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